Un día antes de que celebremos el Primer Congreso de «Bercianos X El Mundo», tenemos una nueva protagonista que completa el número de 25 de la lista de «Bercianos X El Mundo». Su nombre es Álida Ares Ares y es filóloga y docente en la Universidad de Trento (Italia).
Álida es de Villadepalos, aunque yo tuve la suerte de conocerla personalmente en Bembibre, durante una de las jornadas del «Congreso Internacional de Enrique Gil y Carrasco y el Romanticismo». Una persona, además de sabia e interesante, muy entrañable y agradable en el trato.
Como ya ha ocurrido en otras entregas y dado que Álida es filóloga, será ella misma quien nos traslade su trayectoria.
Me fui de Villadepalos con 18 años a estudiar Filología a la universidad de Oviedo y, al acabar, no viendo posibilidad alguna de encontrar trabajo en el Bierzo, un otoño, como una golondrina, con una pequeña maleta y una mochila, partí a la corte del rey a buscar fortuna. En Madrid estuve un año y medio impartiendo clases de Lengua, Literatura y Filosofía en una academia de bachillerato en la calle Princesa. Allí me presenté a una selección del Ministerio de Asuntos Exteriores y en noviembre de 1983 me enviaron como lectora de Lengua, Literatura y Cultura Española a la Universidad de Belgrado (Ex Yugoslavia), donde impartí clases durante tres años.
Aquella fue una experiencia inolvidable. La llegada la recuerdo aún con un halo irreal: la ciudad estaba en la oscuridad, envuelta en un manto de nieve helada. Aquel invierno llegamos a treinta grados bajo cero y a las dos de la tarde se hacía completamente de noche y había restricciones de luz; los rótulos de las calles, escritos en cirílico, eran incomprensibles; la lengua eslava serbocroata con sus series interminables de consonantes me resultaba impronunciable. Allí aprendí que una persona sola en un país desconocido difícilmente sobrevive sin la ayuda de los demás. Recuerdo con gratitud la hospitalidad y el cariño de los compañeros de universidad y de sus familias y la acogida y apoyo de la gente de la embajada. La experiencia fue muy enriquecedora y me ayudó a romper esquemas culturales y a abrirme a los otros, a los desconocidos, a los extranjeros. También la importancia de las lenguas.
En Yugoslavia conocí a mi marido, que también enseñaba español, él en la Universidad de Lubiana (Eslovenia). Y como los dos éramos unos enamorados de Italia, de su lengua, de su cultura, decidimos probar fortuna en la Universidad de Trieste, la bella ciudad del Adriático que hace frontera con Eslovenia, y a la que se solía ir con frecuencia a comprar artículos “occidentales” que en los países del Este no se hallaban. Fue así como empezó mi experiencia en Italia. Si Belgrado había sido el encuentro con un país extranjero, Trieste, antiguo puerto del imperio austríaco, supuso mi encuentro con un crisol de culturas (griega, eslava, austríaca, italiana…). En Trieste estuvimos 17 años, y luego, en el 2003, también por motivos de trabajo, nos mudamos a Trento, la capital del Trentino, en los Alpes, en medio de una naturaleza exuberante, donde estamos aún dando clases en la universidad.
Entre el 2009 y el 2013 tuve la oportunidad de impartir cursos en Venecia, en Ca’ Foscari. Cada viernes tomaba el tren para ir y pasaba allí el día entero, lo que me permitió descubrir todos sus rincones. Desde la ventana del aula veía las góndolas que pasaban por el Canal Grande al que se asomaba Ca’ Bernardo, el palacio que era la sede del Departamento de Iberistica donde enseñaba. Recuerdo que a veces, ensimismándome, me parecía estar dentro de una película. Y es que mi infancia y adolescencia en el Bierzo transcurrió en un cine. Mis padres hicieron un cine: el Cine Ares, en Villadepalos, en 1959. En el piso de arriba, muy pequeño, vivíamos hacinados nosotros: mis abuelos, mis padres y yo y luego desde el 68 también mi hermana; en el piso de abajo vivía una muchedumbre: todos los actores de las películas.
Mis padres no me dejaban ver las películas para adultos, ni de terror; pero la cabina de proyeccción estaba enfrente de mi habitación y desde la cama oía todos los diálogos y las imaginaba. Algunas veces el operador, cuando se iba mi padre, llamaba con los nudillos a mi puerta y me dejaba ver la película por la ventanilla. Luego, cuando mis padres me enviaban a buscar bebida para la comida a la sala del cine, pasaba mirando las paredes donde estaban los carteles de Drácula, El vampiro sangriento, Frankenstein… hasta llegar al mostrador del pequeño bar y coger las botellas y cuando me daba la vuelta, como el malo aparecía siempre de repente por detrás, echaba a correr subiendo la escalera llegando a la cocina con la respiración entrecortada, y mi madre me reñía porque temía que rompiera las botellas. Pero yo no le decía mi secreto. Me gustaba tanto el cine que quería ver todas las películas, aunque luego me dieran miedo.
A veces, aquí desde donde escribo ahora, viendo las montañas de la Vigolana, recuerdo los montes Aquilianos que se ven desde la ventana de mi casa en el Bierzo, y las imágenes se funden y me parece estar allí.
Bienvenida Alida preciosa historia la tuya,para mí doblemente entrañable.
Porque yo soy de Toral,he estado viendo películas en vuestro cine.
Me he divertido en esa preciosa Alameda que tenéis,el día de la Magdalena.
Y un montón de tantos otros recuerdos,me encanta que estés por aqui,casi «» vecina»» jaja un abrazo desde la distancia.
Alida, soy un profesor jubilado de Huesca que me gusta la Historia de la Educación. Ahora estoy centrado en los maestros freinetianos de Huesca durante la II República. Me he encontrado con Maximinio Cano… y antes de cerrar el artículo, querría consultar el tuyo publicado en el Instituto de Estudios Bercianos. ¿Sería posible que me lo mandases? Yo te mandaría, después, el mío.
Entiendo que vas a poder ver mi correo, si no estoy en Facebook.
Muchas gracias. Enrique Satué.
Alida, guapa, soy Pilar, que estuvimos juntas en Saconia , en Madrid. Me alegro por todos tus éxitos.
es el 80 cumpleaños de Emma Tamargo. Si te apetece, contáctanos ñ
pilarperez224@yahoo.com