Hoy, día de Santa Bárbara, esta sección cumple un año. Y para festejarlo que mejor que contar con un invitado de excepción para «La Mina», de los que casi ya no quedan.
Nuestro protagonista es un minero jubilado desde 1977, que ahora tiene 85 años. Se llama Alejandro Cerecedo García y es natural de Guímara (Peranzanes. El Bierzo. León). Aunque desde hace muchos años reside en Fabero, donde desarrolló la mayor parte de su carrera profesional.
Se trata de un hombre con una gran experiencia tanto en la mina como en la vida y es sorprendente la cantidad de información y sensaciones que conoce y transmite. Comenzó a trabajar en la mina allá por el año 1940, cuando los mineros no utilizaban ni cascos ni guantes y ni siquiera había cuarto de aseo. Incluso la iluminación todavía era a base de candiles de carburo. De hecho, para Alejandro, «el mejor invento de la minería son las lámparas. Aunque los guantes también fueron muy importnates porque cuando empezamos a trabajar no había y a veces nos poníamos calcetines en las manos».
Alejandro Cerecedo comenzó a trabajar en la mina por cuestiones políticas, por resumirlo de alguna forma. Su pueblo natal, Guímara, perteneciente al municipio fornelo de Peranzanes, estaba gobernado por un alcalde republicano antes de la Guerra Civil. Duarante la misma y en la posguerra la situación fue muy dura en aquella zona, ya que según nuestro protagonista: «Guimara fue un pueblo machacado por la Falange y la Guardia Civil». Tal y como nos contaba Alejandro, a él le mataron a dos tios en el mismo día -un hermano de su madre y otro de su padre-, fecha en la que en total «mataron a 7 en el pueblo, incluidos dos chavales de 13 y 14 años». Tras este hecho, en mayo del año 1940, el bando franquista encarceló a casi todo el pueblo. «Sólo quedaron el presidente, el cantinero y alguna persona más. En total, detuvieron a 67 vecinos que se llevaron en 4 tandas. A una parte de nosotros nos llevaron a la cárcel de Ponferrada, donde estuve 4 días y 3 noches. Luego me trasladaron al pueblo asturiano de Figueiras de Castropol, donde me tuvieron trabajando 3 meses. Al volver a Guimara me paraban y pedían la documentación a menudo, sobre todo un militar moro que andaba por allí, por lo que decidí ir a trabajar a la mina a Fabero para que me dejasen en paz».
Alejandro empezó a trabajar en la mina «El Pozo» el 1 de noviembre de 1940 y aquel día «no sentí miedo ni nada, pero no se me olvidará nunca». A lo largo de su larga carrera ha pasado por todas las categorías habidas y por haber y ha trabajado en multitud de explotaciones, entre ellas: «Valdelasebes», «La Pozaca», «Valdesalguedo», «la Jarrina de Rafael Alba», etc.
Con mirada penetrante, agarrado a su bastón, nuestro protagonista rememora las mil y una anécdotas que ha vivido en la mina. Quizá la más dura fue la pérdida de su hermano en la misma explotación donde él trabajaba, allá por el año 48, cuando éste sólo tenía 20 años. En aquel momento tuvo que dejar el trabajo temporalmente, pues, además del shock, sus padres no le dejaban volver. No obstante, él nunca pensó en dejarlo y con el paso del tiempo terminó volviendo.
Alejandro también fue espectador de varios accidentes de compañeros. Por ejemplo, en una ocasión vio como moría un trabajador al que le cayó un pequeño costero. Tras verlo morir, curiosamente «la persona que estaba de capataz dijo que si le caía a él en la espalda uno de ese tamaño no le hubiese pasado nada. Pero años más tarde, por desgracia, le cayó a él un costero más grande en la espalda que le produciría la muerte. No falleció en el acto, pero fue al hospital y estuvo una buena temporada allí. Por eso, la empresa no reconocío que la muerte fuese por accidente del trabajo para no pagar a su familia».
Incluso en una ocasión Alejandro se salvó de ser él el protagonista de la desgracia. Le cayó un costero en la cabeza suficientemente grande como para haberlo matado. Pero, por suerte, justo quedó un pequeño hueco que hizo que este no le aplastase: «notaba que ese día podría caerme algo encima y le dije al vigilante que si estaba el panzer encendido yo allí no picaba. Pero él me dijo que no pasaba nada y que tenía que hacerlo». Cuando tuvo el accidente, «antes de que me quitasen el costero pedí que me hicieran una puntala pequeña para que lo sujetase y no me aplastase la cabeza al retirarlo y eso me salvó». Además de esta grave situación, tuvo varios problemas menores: «me manqué varias veces en las manos y en las piernas. Una vez armando carbón, notaba que sangraba pero no paré, luego me dí cuenta de que me había pegado una piedra en la pierna y me había cortado». A pesar de todo esto, Alejandro volvería a la mina. De hecho, si tuviese que volver a trabajar volvería a ser minero porque «es el trabajo que más me gustó y el que mejor sabía hacer».
Aunque reconoce que hoy en día «la minería ahora está perdida completamente. No hay delegados ni sindicatos ni arriba ni abajo. Ellos fueron los culpables de que esté todo como está, porque comían de la empresa».
Una gran persona y unos relatos realmente escalofriantes.
Una verdadera enciclopedia andante y un fornelo enamorado de su pueblo;Guímara…¡casi ná…!
Gracias por dejarnos saber algo más de ti;Alejandro.
Alejandro me ha enternicido su relato, doblemente por todo lo que por desgracia y fuera de la mina, tambien le toco vivir. Y mirando su rostro sereno, honesto y complaciente, no me queda mas remedio que sentir una inmensa admiración por formar parte de una generación de Bercianos, que aun muy apesar de las «Penurias», los «Patrones» y de algún que otro «Chupa Tintas» supieron mantenar su dignidad, sin vender jamas sus «Almas» al «Diablo» por, literalmente hablando, un «Plato de Lentejas».
Gracias miles, para servinos de espejo.
Cuando alguna vez nos acechen las dudas, de como y con quien, de poder siempre comtemplarnos en «Ustedes» reciba un fuerte abrazo de esta Berciana desde Holanda.
Este hombre al que he tenido el gusto de conocer personalmente es un ejemplo a seguir para todo el mundo, sus principios , su valor su dignidad y su entrega con las personas que le rodean provocan admiración y respeto en quién lo conoce. Cuando lo escucho quedo admirado por sus relatos y me sorprende la fuerza con la que los cuenta como si de ayer se tratase… Sorprende también su entrega con las personas con las que ha compartido su vida y sus minutos e incluso con las que no conoce luchando sin descanso y con absoluta entrega por los DERECHOS fundamentales de las personas y de los trabajadores. Se podrían escribir miles de líneas sobre él y utilizar millones de palabras pero yo me quedo con una: «Admiración».
QUE BIEN HABLAS SERGIO
Alejandro Cerecedo García nos ha dejado ayer a la edad de 89 años.
Una gran persona y un magnifico cronista de Guímara de aquellos tiempos .D.E.P.
De verdad…Espero que Alejandro tenga su merecido homenaje,aunque sea póstumo.
¡Me dejas de piedra, Satélite!
Muchas gracias por la información, no sabíamos nada. Tuve el placer de conocerlo al realizarle la entrevista y era un hombre entrañable.
Me sumo al deseo de que tenga un homenaje como se merece, porque realmente se lo merece. D.E.P.
Mi mas sincero pésame a su familia,y me encantaría que se le hiciese un homenaje,gracias Satélite por informarnos,un abrazo.