El acceso a la vivienda es uno de los principales problemas que sufrimos en este país.
No lo he hecho a propósito, pero me acabo de dar cuenta de que he iniciado este post de la misma forma que un artículo que en junio de 2005 escribí para el certamen Pensando en Europa, en el que gané un viaje a Bruselas -que tiempos aquellos… todavía no había terminado la carrera-.
Cuatro años después, seguimos igual o peor. Ha habido muchas novedades en nuestra economía, pero a pesar de que la burbuja inmobiliaria por fin ha reventado la situación no mejora. Teóricamente el precio del alquiler -al igual que el del suelo, el de la vivienda en propiedad, etc.- debería de bajar -y por mucho que se diga en los informativos, en verdad no es así-. Mientras, los jóvenes continúan viviendo con sus padres hasta los 35 y eso si pueden, porque los que nos hemos tenido que desplazar de nuestro lugar de origen por motivos laborales nos dejamos la mitad, o más, de nuestro indigno sueldo en pagar un dineral por tener un minúsculo techo. Por no hablar de los segmentos de la población más desfavorecidos que no pueden ni costearse el elevado precio del alquiler (no entramos a analizar las hipotecas…, porque ya es de risa).
Con burbuja o sin ella los bancos y otros actores del sector inmobiliario/construcción continúan enriqueciendose a nuestra costa. Primero nos robaron el suelo y subieron el precio de los pisos desmesuradamente. Luego, el dinero de nuestros impuestos se ha gastado en comprar activos de estos mismos bancos. Y para colmo, se lo quedan sin destinarlo para lo que fue concedido, para dar liquidez al sistema y conceder préstamos que incentiven el consumo. Total, que de todas todas se quedan con nuestra pasta y aquí nadie dice ni hace nada.
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Llevo casi 3 años asistiendo puntualmente a diversas manifestaciones a favor de una vivienda digna. Mientras la población se manifiesta políticos y banqueros se rien de todos. Es necesario protestar masivamente para que no nos tomen por tontos.
